martes, 26 de mayo de 2009

Sabana Grande a mediodía

Insisten en quitarnos tradiciones. En hacernos ver que nada va quedando y poco a poco el deterioro se lleva aquello con leve piso. Vivo en una ciudad en donde se pretende que todo pase, que todo sea zona de tránsito:las esquinas de la ciudad, los edificios numerados de Bello Monte, la buena comida de las tascas, los estadios de el Paraíso, el malecón del litoral, la memoria de Lídice, barrio de los checos, o San Bernardino, de los judios. El mercado de los chinos o los peruanos los domingos. El triángulo de Jerusalén: La Mezquita, la iglesia de los Meronitas, la Sinagoga.
Hoy pasé por Sabana Grande. Ya no hay buhoneros. No veo tampoco resquicio alguno de lo que fue este lugar de mi ciudad en la noche de mi ciudad. No veo a los viejos aquellos sino en fotos. No siento la cercanía de los bohemios. Siguen en pie las prostitutas, los bares de strippers famélicas, los travestis, los vendedores de libros robados, la muchachada jubilada del colegio.
Te dejo tranquila. Si te levantas, tendrás tu sopa.; si duermes seguido, te alcanzo la cobija.
estamos en tiempo de cuidado. Hemos de cuidar lo que no se olvida; lo que, en algún momento del tiempo, volverá de entre los muertos.
Así el regreso sea a pleno mediodía.

Ciudades

¿Me habitan las ciudades o solamente me recorren?, ¿Qué tan de paso es uno?, ¿Cuánto de ellas llevamos en las entrañas?
He recorrido tantas ciudades, he vivido en tantas. Cinco ciudades antes del uso de razón, una sola en veinticinco años. ¿De cuál soy realmente?, ¿De aquella en donde nací o de aquella en donde transito? En esta, en donde vivo ahora, me siento apenas testigo de sus andares y mutaciones. De las otras, alguien que las busca siempre en sueños.
Acabo de llegar de varias. Se me esconden, me evaden, me seducen con silencios de mujer, con secretos de los que no se nada. ¿Qué tan de ellas puedo ser?, ¿Qué tanto puede ser uno de lo que ama?
Siete Troyas llevo adentro, siete Troyas que mi cuerpo se reparten.
Me recorren, me averiguan, me espían en la noche.
Las habito, las escribo. No sé más nada.

La vigilia

Uno es de los espacios impregnados por el afecto, desde el mueble al lavamanos. Solo eso ayuda a soportarlo. Al dolor, la inutilidad, los pocos pasos y voz, la falta de apetito, los espasmos.
Poco enseña tanto como el viaje y la enfermedad. Cada uno es tránsito, tiempo hecho movimiento que se queda. Son el padecer del solo. Te mueves y eso sigue ahí, aunque te marches a otro lado.
Es una vigilia por el oro. Andamos y andamos, transitamos con el demonio azul adentro que nos viaja, nos manda postales, se emborracha pensando en nosotros. Nos padece tanto como lo padecemos.
¿Soy el demonio de quién?, ¿Mi cuerpo, jaula de qué?
Somos un espejo que refleja enseñanzas. Que muestra claves, logros, desaciertos.
Estoy volviendo a mi propia danza.
Traeré de este viaje el tedio, todo lo que de mi cuerpo se llevaron. Comenzaré otro:las ausencias de mi cuerpo me recorrerán, serán vigilia de mi mismo.
La misma calle que recorro cada tarde, el mismo demonio que me embriaga

Buenos Aires de noche

A Natalia Mingotti

Saldrás a la calle, sin el Ávila de fondo, pero latente en lo más profundo de tus ojos. Calzarás tus botas, saltarás de la alegría por poder llevar al fin tu sobretodo, soltarás los rulos dorados de tus cabellos, que hacen tan buen juego con tu piel y el tumbao de tetas con que te desplazas, y llegarás de madrugada a una heladería en San Telmo, al lado del café en donde almorzaste ligero, pues querías recorrer el mercado y luego, aunque te quedara un poco más lejos, el Jardín japonés. Ayer fuiste a Corrientes, pasaste por el Colón y el edificio de Aguas Municipales, paseaste por Puerto Madero y la Torre de los Ingleses.
Hoy no. Hoy es el mayor de los helados que puedas pagarte. Lo tomarás y felizmente te acercarás a una plaza cualquiera, al lado de dos viejitos que te mirarán callados, y te entregarás a comer el mejor de los helados.
Mientras lo haces, sonreirás.
Ésta, querida amiga, también es tu ciudad.