No nací en Caracas. Mis padres no son
de aquí; mis ancestros no están en sus cementerios. No sigo sus equipos deportivos.
Soy un hijo de sus suburbios.
Amo de Caracas varios edificios. Algunas
zonas de Altagracia, La Candelaria, San Bernardino, Los Dos Caminos, El
Cafetal, Colinas de Bello Monte, Chacao, El Paraíso. Adoro la Plaza O´Leary y
la plaza Bolívar de El Hatillo. No amo sus autopistas, ni la dictadura de la
línea 1 del Metro, ni su violencia, ni su incapacidad de lidiar con la lluvia, ni su devoción por el rabipelado.
Me desespera de Caracas su afán
bucólico y neocampesino, su terca negativa a abrazar la urbanidad, su negación
de lo moderno. Su condición de valle nada ha enseñado a los caraqueños del
sentido del límite: su imaginación sigue siendo la del campo abierto, en donde
nada es de nadie y todo puede ser tomado. Por eso no respetamos las aceras, ni
los pasos peatonales, ni nos amilanamos por lo alta de la música en la noche. Toda
casa se extiende, de manera natural, varios metros: todo frente es nuestro,
aunque ese frente sea la calle. Por eso no es devota de hacer parques: si los
mangos caen en las calles y son de todos, ¿para qué un parque?
Ciudad de irresponsables, delegamos
en la gracia divina toda resolución de los problemas colectivos. Porque esta
ciudad en verdad no es de nadie. No la vemos como lugar donde permanecer. Es un
campo lleno de edificios y un río. Es lugar de solaz divino, como cuña de
Belmont en los ochentas, pero siempre de paso. Es apenas el lugar donde,
arbitrariamente, están los reales, los bancos, los ministerios. Puerto entre
montañas, no somos realmente una capital, porque Caracas nunca ha querido
asumir autoridad, nunca ha querido ser modelo, ni referencia. Solo ha querido
que la dejen tranquila, con sus recuerdos bucólicos de retreta.
Ciudad que cambia cada 20 años, hemos
sido, o querido ser, la París tropical, la California más al sur, una extensión
de Florida, una nueva Sevilla, un pedazo de Toscana, de Madeira, un pedacito de
Hamburgo. Hoy somos una de las ciudades más grandes de Colombia, y la suma de
los sueños de otras ciudades que no pudieron ser al querer ser como tú.
Caracas es un zaguán lleno de cemento
en donde vuelan zamuros y guacamayas. Cada día más fea, se refugia en la vista
de una montaña y no reconoce nombres de calles ni avenidas, ni edificios, ni
casas.
Es hoy, parece, apenas el lugar de la chamba. Un lugar
más cercano que los demás a Maiquetía.
No son estos tus mejores días. Vendrán
mejores. Salud.